En Cali conocí a Hernán Darío Correa, quien trabajaba laborioso en su pintura tratando por todos los medios de desafiar la perspectiva y a quien ya había conocido de oídas en San Francisco, California, por unos afiches que me trajo a regalar el finado arquitecto Walter Martínez. A mi llegada a Cali a principios de 1995 me lo presentó el gran Memo Correa y nos hicimos amigos.
Unas cuantas veces estuve en su estudio y recuerdo largas horas de carreta hablando de arte esto y arte lo otro. El resto es reserva del sumario, excepto esta fotografía que lo muestra una tarde mirando directo al ojo de la Hasselblad.
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