Cuando lo fotografié por primera vez, él tenía doce años y comandaba una pandilla de niños que se rebuscaban la vida robando espejos de autos, raponeando relojes de incautos o arrancando a la fuerza su cartera a la abuela que había ido a la tienda de la esquina a comprar el pan.
Un día lo vi eludir a dos jóvenes de clase media, en motocicleta, que lo persiguieron enfurecidos por el barrio y lo hubieran molido a patadas si no se sube a un árbol, ágil como un gato, desde donde observó, escondido entre la fronda de hojas de un mango, como sus perseguidores se rascaban la cabeza frustrados mientras juraban que la próxima vez ese "negro hijo de puta" se las habría de pagar.
La segunda vez que nos encontramos ya había cumplido diecisiete años y era un ladrón consumado. No era más un niño y la vida se complicaba, si es que pudiera serlo más, ante la intolerancia del barrio y la amenaza de las armas de fuego de los ofendidos.
En ambas ocasiones lo pude fotografiar y cuando traté de buscarlo, en otro de mis viajes, me enteré que no había logrado llegar a los diecinueve años. Un día no logró subir al palo de mango con la rapidez del niño ágil.
Hoy sólo queda esta memoria del encuentro entre el fotógrafo y el niño ladrón a quien todos conocían con el remoquete de "El Diablito".
Lalo Borja
Un día lo vi eludir a dos jóvenes de clase media, en motocicleta, que lo persiguieron enfurecidos por el barrio y lo hubieran molido a patadas si no se sube a un árbol, ágil como un gato, desde donde observó, escondido entre la fronda de hojas de un mango, como sus perseguidores se rascaban la cabeza frustrados mientras juraban que la próxima vez ese "negro hijo de puta" se las habría de pagar.
La segunda vez que nos encontramos ya había cumplido diecisiete años y era un ladrón consumado. No era más un niño y la vida se complicaba, si es que pudiera serlo más, ante la intolerancia del barrio y la amenaza de las armas de fuego de los ofendidos.
En ambas ocasiones lo pude fotografiar y cuando traté de buscarlo, en otro de mis viajes, me enteré que no había logrado llegar a los diecinueve años. Un día no logró subir al palo de mango con la rapidez del niño ágil.
Hoy sólo queda esta memoria del encuentro entre el fotógrafo y el niño ladrón a quien todos conocían con el remoquete de "El Diablito".
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