Muchos recuerdos regresan a la mente ahora, mirando de nuevo esta fotografía, de cuando mi madre viajó a San Francisco en el verano de 1992 para el nacimiento de Paula Catalina, la hija de mi hermano Beto.
Días luminosos desde la maravillosa colina de Potrero Hill, en la Calle Kansas, donde teníamos un bello jardín. Así mi madre pudo disfrutar en compañía de sus hijos el primero y único viaje al exterior en su vida.
Días que hoy, retrospectivamente y por necesidad, tiendo a mirar con una gran nostalgia e infinita admiración por su sencillez, su inteligencia y su fortaleza espiritual.
El retrato, tomado por mi hija Sahara a sus 11 años, no podría ser más elocuente.
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