Por cerca de cuarenta años el
trabajo fotográfico de Joel-Peter Witkin ha sembrado desconcierto, admiración o repudio entre quienes
encuentran por primera vez su trabajo artístico.
Aquellos que buscan en su
fotografía el simple deleite de la vista deben, de una vez por todas, cubrir
sus escandalizados ojos y dar la espalda prontos a correr en dirección
contraria.
Witkin ha hecho de lo grotesco una carrera meteórica, cosechando en su trayectoria homenajes por todo lo alto en el escalafón de la cultura internacional. Su producción fotográfica asombra con un arte poblado de
monstruosidades y retruécanos visuales,
donde la exploración del subconsciente y la re-creación de temáticas ya tratadas por pintores clásicos resucitan en
portafolios donde lo que asumimos "normal", en cuanto a interpretación artística,
ha sido reemplazado por un esplendor lúdico y, en últimas, un tour de force
fantasmagórico-alucinante.
El trabajo de Witkin no admite
veleidades ni ligerezas: se le admira o se le odia. Hay mucho de sublime en su
tarea mesiánica de reivindicar el espanto. Y, sin embargo, sus retablos
cargados de horror nos muestran una búsqueda sin igual de una visión que persigue atrapar en esta
época lo que hicieron en la suya seres tan influyentes como Bosch, Goya o
Francis Bacon.
Sus naturalezas muertas hacen uso
del cuerpo humano, bajado de su pedestal y transformado, con adornos o sin
ellos, en mercancía artística y nos obligan a ver la fibra de la carne humana,
a veces deshilachada, en toda su cruda
verdad.
Algunas de sus obras muestran el
costillar y el cartílago de seres fotografiados en la morgue o el instituto de
medicina legal como si fuesen reses colgadas del gancho en la carnicería.
Sus creaciones fotográficas nos
descubren visiones imprevistas frente a las cuales debemos cuestionar los
orígenes de una belleza aterradora y sin compromisos, como no sea con el arte
mismo.
“Yo vivo para crear imágenes que
representan la lucha por la redención del alma humana”, se le ha escuchado
decir.
Y es muy probable que esa haya sido
desde siempre su función como artista. En incontables entrevistas se lee que su
primer enfrentamiento con lo que sería su carrera fotográfica se dio cuando de
chico fue testigo de un terrible accidente de tránsito, en el cual una niña
pereció decapitada y el joven Witkin caminando por su barrio de Brooklyn, vio
rodar a sus pies la cabeza de la pequeña muerta.
La galería universal de Witkin
comprende todas las deformaciones físicas posibles y algunas que son casi
imposibles de aceptar. Su respeto por aquellos que sufren de malformaciones,
extrañas desviaciones congénitas y un largo etcétera de horrores, ha sido bien
documentado. Gente de muchos países acude a él para ser fotografiada a cambio de
un jugoso estipendio.
El artista nació en Brooklyn, en
1939, producto de un matrimonio judío-cristiano. Empezó haciendo fotografías de forma
auto-didacta. En 1961 se enroló en el ejército donde trabajó como fotógrafo y
técnico fotográfico.
A su salida del servicio militar,
en 1964, trabajó como asistente en estudios comerciales. Recibió su grado de
Bachiller en Bellas Artes de la escuela The Cooper Union, junto con una
invitación para estudiar poesía en la Universidad de Columbia, en la ciudad de
Nueva York.
En 1974 comenzó su carrera
profesional con una beca educativa del Estado de Nueva York y en 1976 inició
estudios de posgrado en la Universidad de Nuevo México, con especialización en
fotografía artística.
Sus temas tocan elementos
relacionados con desviaciones sexuales, fetichismo, sado-masoquismo y aledaños,
logrando mantenerse a flote sin caer nunca en el pastiche o el fácil conjuro de la pornografía.
Su arte parece estar propulsado por
grandes musas: Goya, Courbet, Reijlander, Velázquez, Brancusi, Seurat, Redon,
Caravaggio, Rembrandt, Antonio Canova y Man Ray, son sólo algunos de los
nombres sobre los que ha basado sus composiciones fotográficas. Y, siempre fiel
a sus instintos, ha coloreado sus homenajes a estos y otros artistas con el
pincel de su inimitable creatividad.
Witkin no se deja admirar a simple
vista. Está allí para demostrar que aún
vivimos una época donde los atavismos de la impudicia y el dolor humano siguen
siendo la constante sobre la que equilibramos nuestra satisfecha condición de
sentirnos normales las veinticuatro horas del día.
Su arte nos acerca un poco más a
nuestra mortal realidad, mientras que a nuestro alrededor el mundo sigue siendo
la antigua miasma secreta y maloliente donde se han cocinado todas las infamias
desde el mismísimo fondo de la historia.
No comments:
Post a Comment