Saturday, 26 October 2013

A Propósito de Joel-Peter Witkin

                                                                     Auto-retrato








Por cerca de cuarenta años el trabajo fotográfico de Joel-Peter Witkin ha sembrado desconcierto, admiración o repudio entre quienes encuentran por primera vez su trabajo artístico.
Aquellos que buscan en su fotografía el simple deleite de la vista deben, de una vez por todas, cubrir sus escandalizados ojos y dar la espalda prontos a correr en dirección contraria. 
Witkin ha hecho de lo grotesco una carrera meteórica, cosechando en su trayectoria homenajes por todo lo alto en el escalafón de la cultura internacional. Su producción fotográfica asombra con un arte poblado de monstruosidades  y retruécanos visuales, donde la exploración del subconsciente y la re-creación de temáticas ya  tratadas por pintores clásicos resucitan en portafolios donde lo que asumimos "normal", en cuanto a interpretación artística, ha sido reemplazado por un esplendor lúdico y, en últimas, un tour de force fantasmagórico-alucinante.
El trabajo de Witkin no admite veleidades ni ligerezas: se le admira o se le odia. Hay mucho de sublime en su tarea mesiánica de reivindicar el espanto. Y, sin embargo, sus retablos cargados de horror nos muestran una búsqueda sin igual  de una visión que persigue atrapar en esta época lo que hicieron en la suya seres tan influyentes como Bosch, Goya o Francis Bacon.
Sus naturalezas muertas hacen uso del cuerpo humano, bajado de su pedestal y transformado, con adornos o sin ellos, en mercancía artística y nos obligan a ver la fibra de la carne humana, a veces deshilachada,  en toda su cruda verdad.
Algunas de sus obras muestran el costillar y el cartílago de seres fotografiados en la morgue o el instituto de medicina legal como si fuesen reses colgadas del gancho en la carnicería.
Sus creaciones fotográficas nos descubren visiones imprevistas frente a las cuales debemos cuestionar los orígenes de una belleza aterradora y sin compromisos, como no sea con el arte mismo.
“Yo vivo para crear imágenes que representan la lucha por la redención del alma humana”, se le ha escuchado decir.
Y es muy probable que esa haya sido desde siempre su función como artista. En incontables entrevistas se lee que su primer enfrentamiento con lo que sería su carrera fotográfica se dio cuando de chico fue testigo de un terrible accidente de tránsito, en el cual una niña pereció decapitada y el joven Witkin caminando por su barrio de Brooklyn, vio rodar a sus pies la cabeza de la pequeña muerta.
La galería universal de Witkin comprende todas las deformaciones físicas posibles y algunas que son casi imposibles de aceptar. Su respeto por aquellos que sufren de malformaciones, extrañas desviaciones congénitas y un largo etcétera de horrores, ha sido bien documentado. Gente de muchos países acude a él para ser fotografiada a cambio de un jugoso estipendio.
El artista nació en Brooklyn, en 1939, producto de un matrimonio judío-cristiano.  Empezó haciendo fotografías de forma auto-didacta. En 1961 se enroló en el ejército donde trabajó como fotógrafo y técnico fotográfico.
A su salida del servicio militar, en 1964, trabajó como asistente en estudios comerciales. Recibió su grado de Bachiller en Bellas Artes de la escuela The Cooper Union, junto con una invitación para estudiar poesía en la Universidad de Columbia, en la ciudad de Nueva York.
En 1974 comenzó su carrera profesional con una beca educativa del Estado de Nueva York y en 1976 inició estudios de posgrado en la Universidad de Nuevo México, con especialización en fotografía artística.
Sus temas tocan elementos relacionados con desviaciones sexuales, fetichismo, sado-masoquismo y aledaños, logrando mantenerse a flote sin caer nunca en el pastiche o el fácil conjuro de la pornografía.
Su arte parece estar propulsado por grandes musas: Goya, Courbet, Reijlander, Velázquez, Brancusi, Seurat, Redon, Caravaggio, Rembrandt, Antonio Canova y Man Ray, son sólo algunos de los nombres sobre los que ha basado sus composiciones fotográficas. Y, siempre fiel a sus instintos, ha coloreado sus homenajes a estos y otros artistas con el pincel de su inimitable creatividad.
Witkin no se deja admirar a simple vista. Está allí para demostrar  que aún vivimos una época donde los atavismos de la impudicia y el dolor humano siguen siendo la constante sobre la que equilibramos nuestra satisfecha condición de sentirnos normales las veinticuatro horas del día.
Su arte nos acerca un poco más a nuestra mortal realidad, mientras que a nuestro alrededor el mundo sigue siendo la antigua miasma secreta y maloliente donde se han cocinado todas las infamias desde el mismísimo fondo de la historia.

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