Alguna vez, con Laura Paull, nos sentamos a tomar café y a disfrutar la tarde en Bleecker Street, del village neoyorquino, y por más que lo intenté no apareció la inspiración que me hiciera escribir poemas o me llevara a la profunda búsqueda interior que desentrañara mis temores. Sólo ha quedado el negativo de aquella época anterior al nacimiento de nuestra hija Sahara.
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