He recibido al amanecer de este día, 3 de junio, la muy mala noticia del deceso de mi querido amigo Éver Astudillo, quien al parecer sufrió un derrame cerebral y casi de inmediato un accidente casero, al caer gradas abajo cuando se dirigía a abrir la puerta de su casa.
Como pasa siempre cuando algo terrible sucede con aquellos cercanos a nuestro ser, he estado toda la mañana rememorando hechos que nos unieron en una ya larga amistad que se remonta a 1972, cuando nos conocimos en casa de Laureano Alba y Marta Mejía, en aquella Miraflores ya inexistente. Las madrugadas viendo amanecer esa Cali infame y bella desde la loma, mientras bailábamos como salvajes al ritmo del Sonido Bestial.
Nos hicimos amigos y a partir de ese momento nuestras vidas permanecieron unidas a través de muchas distancias. Al encontrarnos de nuevo en 1983 nuestra amistad se afianzó con el lazo que siempre nos unió: el amor al arte, la bohemia, los tragos hasta el amanecer y las interminables conversaciones referentes a todo lo habido y por haber.
Esta es una terrible noticia que nos hará llorar a muchos y nos pondrá de presente, una vez más, la fragilidad de nuestra existencia y la valoración de aquellos seres con quienes siempre tuvimos amistad. Mientras nos llega la hora.
©Lalo Borja
Este retrato, también muy cercano a mis afectos, fue tomado en una casucha que fue mi caleta a principios de los años noventa en la maravillosa colina llamada Potrero Hill, en San Francisco, cuando vino de visita por unos días. Nos volveríamos a encontrar de nuevo en Cali a principios de 1995.
©Lalo Borja
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