"Fotografiar es poner en el mismo punto de mira el entendimiento, el ojo y el corazón" H C-B
Para algunos quienes hemos estado bajo el influjo del arte fotográfico durante tantos años existe un nombre que brilla por encima de los muchos que habitan el enrarecido firmamento de la fotografía en el siglo xx: Cartier Bresson.
Nadie como él supo captar el espíritu de perfección visual en la composición de una imagen. Su visión, entrenada desde temprana edad en artes de pinceles, se insinúa magistral desde sus inicios a partir del uso de la cámara de 35 milímetros por medio de la película en blanco y negro.
Es la Leica, aparato alemán de gran precisión mecánica y óptica perfecta, la que brinda al maestro francés la posibilidad de flotar (viene ahora a la mente la frase lapidaria del gran Mohamed Ali: "Float like a butterfly, sting like bee") sobre el sujeto, cualquiera que este fuese, para luego apretar certero el disparador y producir imágenes de una asombrosa coordinación estética.
Antes de la década de los años treintas los fotógrafos cargaban con instrumentos de fotografía de gran tamaño, cajas enormes de metal y fuelles de cuero; herramientas hermanas de la antigua Camera Obscura, usando placas de 4x5 pulgadas de tamaño y grandes reflectores de flash cuyas bombillas debían cambiar constantemente después de cada disparo.
La invención de la Leica le vino como anillo al dedo al fotógrafo francés quien a partir de su uso nos muestra el cambiante destino de pueblos, naciones y gentes, en una asombrosa amalgama visual hasta ahora no superada por generaciones subsecuentes de fotógrafos del siglo anterior o del presente.
Esa visión de un espléndido equilibrio artístico-histórico es lo que está ahora a la vista en el Centro Pompidou de París.
Muchas de la obras expuestas al público habían permanecido inéditas, lo cual es mucho decir considerando que su trabajo ha sido ampliamente publicado en todos los rincones del mundo. Un gran pedazo del siglo xx está retratado allí, abriendo ante nosotros el libro de acontecimientos que cambiaron el álbum histórico de ese siglo.
El periodismo de la segunda mitad del siglo xx tiene su columna vertebral en el trabajo reporteril de Cartier-Bresson. Suyas son las imágenes más representativas de épocas tormentosas: colonialismo, guerras, sublevaciones, marchas forzadas, jazz.
De París a Bangladesh, de México a Cuba, de Nueva York a España, a la India, China y Rusia, vemos desfilar cientos de imágenes que muestran el ser humano, en guerra o en familia, descansado en la paz del almuerzo dominical junto al remanso del río o abofeteando a la traidora que durmió con el enemigo en años difíciles.
Para algunos quienes hemos estado bajo el influjo del arte fotográfico durante tantos años existe un nombre que brilla por encima de los muchos que habitan el enrarecido firmamento de la fotografía en el siglo xx: Cartier Bresson.
Nadie como él supo captar el espíritu de perfección visual en la composición de una imagen. Su visión, entrenada desde temprana edad en artes de pinceles, se insinúa magistral desde sus inicios a partir del uso de la cámara de 35 milímetros por medio de la película en blanco y negro.
Es la Leica, aparato alemán de gran precisión mecánica y óptica perfecta, la que brinda al maestro francés la posibilidad de flotar (viene ahora a la mente la frase lapidaria del gran Mohamed Ali: "Float like a butterfly, sting like bee") sobre el sujeto, cualquiera que este fuese, para luego apretar certero el disparador y producir imágenes de una asombrosa coordinación estética.
Antes de la década de los años treintas los fotógrafos cargaban con instrumentos de fotografía de gran tamaño, cajas enormes de metal y fuelles de cuero; herramientas hermanas de la antigua Camera Obscura, usando placas de 4x5 pulgadas de tamaño y grandes reflectores de flash cuyas bombillas debían cambiar constantemente después de cada disparo.
La invención de la Leica le vino como anillo al dedo al fotógrafo francés quien a partir de su uso nos muestra el cambiante destino de pueblos, naciones y gentes, en una asombrosa amalgama visual hasta ahora no superada por generaciones subsecuentes de fotógrafos del siglo anterior o del presente.
Esa visión de un espléndido equilibrio artístico-histórico es lo que está ahora a la vista en el Centro Pompidou de París.
Muchas de la obras expuestas al público habían permanecido inéditas, lo cual es mucho decir considerando que su trabajo ha sido ampliamente publicado en todos los rincones del mundo. Un gran pedazo del siglo xx está retratado allí, abriendo ante nosotros el libro de acontecimientos que cambiaron el álbum histórico de ese siglo.
El periodismo de la segunda mitad del siglo xx tiene su columna vertebral en el trabajo reporteril de Cartier-Bresson. Suyas son las imágenes más representativas de épocas tormentosas: colonialismo, guerras, sublevaciones, marchas forzadas, jazz.
De París a Bangladesh, de México a Cuba, de Nueva York a España, a la India, China y Rusia, vemos desfilar cientos de imágenes que muestran el ser humano, en guerra o en familia, descansado en la paz del almuerzo dominical junto al remanso del río o abofeteando a la traidora que durmió con el enemigo en años difíciles.
Este artista lo vivió todo: es notable su detención y fuga de un campo de prisioneros durante la Segunda Guerra, su lucha antifascista, su testimonio de grandes cambios geopolíticos mundiales; sus tempranos coqueteos con el cine donde aparece como actor y asistente de Jean Renoir.
Terminó en su largo otoño refugiado de nuevo en los pinceles amigos de su juventud.
La exposición, compuesta por cerca de 500 piezas incluidas algunas de sus pinturas y dibujos, está estructurada en tres puntos temáticos fundamentales:
El periodo comprendido entre 1926 y 1935 marcado por su contacto con los surrealistas, su trabajo temprano como fotógrafo y sus viajes alrededor del mundo.
Una segunda sección dedicada a su compromiso político cuando salió de Estados Unidos en 1936, donde retrata con su estilo las fluctuaciones de aquella sociedad, hasta su regreso a Nueva York en 1946.
Finalmente, una tercera secuencia que se inicia con la creación del colectivo Magnum de fotografía en 1947 y termina a principios de los años setentas, cuando Cartier-Bresson abandona la práctica fotográfica para dedicarse a la pintura.
Este hombre extraordinario, mezcla de muchas corrientes artísticas, sociales y políticas, nace en 1908 y muere en 2004
La exposición estará abierta al público en el Centro Pompidou de París, hasta el 9 de junio de 2014
Terminó en su largo otoño refugiado de nuevo en los pinceles amigos de su juventud.
La exposición, compuesta por cerca de 500 piezas incluidas algunas de sus pinturas y dibujos, está estructurada en tres puntos temáticos fundamentales:
El periodo comprendido entre 1926 y 1935 marcado por su contacto con los surrealistas, su trabajo temprano como fotógrafo y sus viajes alrededor del mundo.
Una segunda sección dedicada a su compromiso político cuando salió de Estados Unidos en 1936, donde retrata con su estilo las fluctuaciones de aquella sociedad, hasta su regreso a Nueva York en 1946.
Finalmente, una tercera secuencia que se inicia con la creación del colectivo Magnum de fotografía en 1947 y termina a principios de los años setentas, cuando Cartier-Bresson abandona la práctica fotográfica para dedicarse a la pintura.
Este hombre extraordinario, mezcla de muchas corrientes artísticas, sociales y políticas, nace en 1908 y muere en 2004
La exposición estará abierta al público en el Centro Pompidou de París, hasta el 9 de junio de 2014
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