La inolvidable Molly Fitzgibbon decide pararse de cabeza para dejar que el fotógrafo ensaye su nueva cámara en la recámara arreglada como un estudio precario donde la luz habita en los rincones.
No es fácil hallar analogías para una imagen que tiende a erigirse en sombras que evocan esculturas tan solo vistas en la imaginación o la ebriedad.
Se puede decir, sin embargo, que de tarde en tarde el mundo es diferente visto a través del encaje de una falda negra de algodón. Los pies, firmemente en pointe, parecen apuntar a un cielo interior, a una bóveda que destila intimidad por las costuras...
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