Friday 1 March 2013

Man Ray en Londres






Acaba de abrir en Londres una muestra inesperada, una joya si se quiere, del fotógrafo norteamericano Man Ray.
Para quienes hemos estudiado su obra y hemos visto aquí y allá segmentos de su producción, esta retrospectiva, enteramente dedicada al retrato, es una revelación. No tanto por lo que representa en cuanto se trata de un alto nombre dentro de la perspectiva artístico-histórica del siglo xx, sino por lo que tiene de clásico en su contribución al canon del retrato fotográfico.
Es evidente que dentro de exhibiciones de este tipo aparezcan entremezcladas las buenas y las menores y esta vez no es la excepción. Las imágenes que sobresalen, que las hay, se yerguen por encima de cualquiera otras de artistas superiores en prestigio y, vale la pena anotarlo, son de una calidad duradera, no tanto por su contenido histórico como por su carga estética.
El fotógrafo ejerció durante la mayor parte de su vida como retratista a pesar de otras etiquetas que se le endilgan. Si bien es cierto otros atributos caben al desglosar su trayectoria en retazos de vida, tanto en Nueva York, París o Hollywood, vemos también que su talento para el retrato es evidencia de su clara visión como artista.
Lo anterior se hace evidente si se analiza su primera etapa en París, ciudad a la que se trasladó desde Nueva York en 1921, a instancias del Marcel Duchamp.
De este periodo (1921-1937) fértil en descubrimientos y el desarrollo de un estilo, sobreviven obras maestras: un sombrío, asombrosamente intenso, retrato de Arnold Schoenberg, pintor y músico expresionista austriaco; un muy joven Ernest Hemingway, con ganas de conquistar el mundo; las infaltables Gertrude Stein y su compañera Alice B Toklas; un tierno retrato, que intenta desesperadamente por parecer maléfico, de Salvador Dalí, tomado en 1929; una núbil Berenice Abbott, fotógrafa americana quien habría de descubrir para la modernidad a Eugene Atget.
Amigo y contertulio de artistas en la agitada bohemia de Montparnasse, no podrían faltar en esta muestra sus amigos poetas y pintores, Jean Cocteau, Paul Eluard, Joan Miró, Max Ernst y un joven Picasso, quien nos mira desde el fondo de la historia con la intensa lumbre en la mirada insostenible de sus ojos oscuros.
Sobresalen varios retratos, solarizaciones y tomas surrealistas de la hermosa Lee Miller, amante y musa del fotógrafo, quien habría con el tiempo de adquirir prestigio a partir de su temeraria y bien lograda incursión como fotógrafa durante la Segunda Guerra Mundial.
Miller logrará posteriormente una bien cimentada fama como artista en Europa y Estados Unidos.
De igual forma aparece con cierta regularidad el fotógrafo en una serie de auto-retratos y publicaciones varias del mundo artístico parisino de la época.
Menos afortunada es su repatriación a Estados Unidos (1940-1950) donde, una vez trasladado a Hollywood, Man Ray sobrevive haciendo retratos de actores de cine desde su estudio.
Por esta época regresa a la pintura. Quizás la intensidad que le estimula y le convierte en un ser creativo en París le hacen falta para recrear su ritmo en California.
Su regreso al país natal no produce gran cantidad de obra equiparable en calidad a su trabajo logrado en París, pero hay un retrato que merece la pena mencionar: una obra maestra en la que aparece Ava Gardner ( ¨El animal más hermoso del mundo¨, al decir de Frank Sinatra) vistiendo un atuendo holandés que ya envidiaría la joven con el arete de perla, de Vermeer, el cual debe servir para reivindicar en la posteridad cualquier error que pudo haber cometido el fotógrafo al abandonar París.
Hay varios ejemplos de sus intentos para hacer fotografía en color, retratos hasta ahora ignorados y que aparecen en la exhibición en Londres; pequeñas muestras de algo que no trasciende y que no hablan el mismo idioma de sus miniaturas parisinas, tan duraderas y de tan magnífica esencia, difíciles de recrear en un ambiente en apariencia estéril como debe haber sido la supervivencia en las soleadas colinas de la meca del cine.
En 1951, Man Ray regresa a París y desde allí trabaja en editar su obra, escribir su autobiografía (Man Ray Self-Portrait) y en acometer trabajo editorial y retratos fotográficos (Ives Montand, Catherine Deneuve, Juliette Greco) para publicaciones en Francia y al otro lado del Canal de la Mancha, en Londres.
En 1976,  muere a los ochenta y seis años. Sus restos reposan en el cementerio de Montparnasse.

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