Nadie sabe para quién trabaja. Imaginemos por un momento las andanzas anónimas de una modesta mujer que dedicó la mayoría de su vida a fotografiar lo cotidiano, lo anodino, lo simple de la experiencia urbana en Chicago y Nueva York durante la segunda mitad del último siglo.
Nada en ella fue excepcional hasta el descubrimiento de su obra que después de muerta la ha convertido en una artista cuya fama vuela de boca en boca. O de pantalla en pantalla como lo requiere este tiempo.
Vivian Maier (1926-2009) murió solitaria, sin deudos ni herederos que disputasen su riqueza, si es que alguna vez la tuvo.
Y sin embargo, cada día desde hace unos cuantos meses salen a la luz pública registros fotográficos de una riqueza tan solo cuantificable en la envergadura de su propósito, la claridad de su intento, la férrea voluntad de cubrir y descubrir en solitario el legado visual de una época que demuestra, en últimas, el rostro cambiante de una era.
La historia puede ser contada de forma lineal. La narrativa se deja leer como una posible producción literaria o cinematográfica del triunfo póstumo de una artista anónima, cuyo mérito único reside en haber trabajado incansable sin ningún beneficio aparente, como no fuera el goce logrado en la satisfacción personal derivado del mismo. La fama que tantos artistas ansían en vida le ha llegado a través de otros y son esos otros quienes habrán de beneficiarse de su obra.
El libreto es de una simpleza asombrosa: una mujer muere de vieja luego de haber llevado a cuestas su anonimato como tantos otros millones de seres en las grandes ciudades. El dueño de un sitio de arrendamiento de locales para almacenamiento de enseres y cachivaches hogareños, cansado de no recibir el estipendio de alquiler del sitio, decide sacar a la venta las pertenencias de la occisa.
Aquí entra en escena John Maloof, experto en menesteres de mercados de pulgas, que compra al por mayor lo que se ofrece de la vieja muerta y quien, para su afortunada sorpresa, de la noche a la mañana se descubre poseedor de cerca de cien mil negativos, en su mayoría de formato mediano, ya que Vivian trajinaba la Rolleiflex como cualquier profesional que se respete.
Además de los negativos mencionados, Maloof se hizo a cientos, tal vez miles, la cifra es inexacta, de rollos aún sin revelar. Éstos pueden contener sólo dios sabe qué riquezas visuales de una era que ya ha pasado a la historia como la segunda mitad del siglo veinte.
Todo lo mencionado es anédota de salón de te; lo que realmente interesa es que Vivian Maier ha resultado ser una artista mayúscula y su obra, que apenas comienza a ser catalogada por expertos, ha llamado la atención por todos lados. Las reacciones no se han hecho esperar, como lo demuestra una retrospectiva de su trabajo recién inaugurada en Chicago.
Por lo que podemos vislumbrar tendremos Vivian Maier para rato.
Lo más fascinante de esta colección, a juzgar por lo que está siendo publicado en blogs, artículos de prensa, en entrevistas televisivas con los afortunados descubridores del tesoro, es la ausencia de un estilo específico, lo cual se hace manifiesto en una amalgama de estilos diversos.
Vemos así destellos de grandes y reconocidos fotógrafos del siglo pasado. En su fotografía encontramos símiles de Helen Leavitt, Diane Arbus, Harry Callahan, Henri Cartier Bresson, Walker Evans, Lee Friedlander, Garry Winogrand, Robert Frank y una extensa lista que incluye etnógrafos, documentalistas, artistas de alto vuelo y jornaleros de la imagen, reporteros gráficos y muchos otros genios de menor cuantía.
Es, en resumidas cuentas, un golpe de buena suerte que el público en general y los amantes de la fotografía en particular, puedan ahora disfrutar el fruto del trabajo y la visión de esta mujer, esta niñera sin descendientes, que dedicó gran parte de su vida a crear una de las más apasionantes colecciones de historia visual del siglo xx.
VER BLOG DE LA OBRA DE VIVIAN MAIER:
http://vivianmaier.blogspot.com/
Nada en ella fue excepcional hasta el descubrimiento de su obra que después de muerta la ha convertido en una artista cuya fama vuela de boca en boca. O de pantalla en pantalla como lo requiere este tiempo.
Vivian Maier (1926-2009) murió solitaria, sin deudos ni herederos que disputasen su riqueza, si es que alguna vez la tuvo.
Y sin embargo, cada día desde hace unos cuantos meses salen a la luz pública registros fotográficos de una riqueza tan solo cuantificable en la envergadura de su propósito, la claridad de su intento, la férrea voluntad de cubrir y descubrir en solitario el legado visual de una época que demuestra, en últimas, el rostro cambiante de una era.
La historia puede ser contada de forma lineal. La narrativa se deja leer como una posible producción literaria o cinematográfica del triunfo póstumo de una artista anónima, cuyo mérito único reside en haber trabajado incansable sin ningún beneficio aparente, como no fuera el goce logrado en la satisfacción personal derivado del mismo. La fama que tantos artistas ansían en vida le ha llegado a través de otros y son esos otros quienes habrán de beneficiarse de su obra.
El libreto es de una simpleza asombrosa: una mujer muere de vieja luego de haber llevado a cuestas su anonimato como tantos otros millones de seres en las grandes ciudades. El dueño de un sitio de arrendamiento de locales para almacenamiento de enseres y cachivaches hogareños, cansado de no recibir el estipendio de alquiler del sitio, decide sacar a la venta las pertenencias de la occisa.
Aquí entra en escena John Maloof, experto en menesteres de mercados de pulgas, que compra al por mayor lo que se ofrece de la vieja muerta y quien, para su afortunada sorpresa, de la noche a la mañana se descubre poseedor de cerca de cien mil negativos, en su mayoría de formato mediano, ya que Vivian trajinaba la Rolleiflex como cualquier profesional que se respete.
Además de los negativos mencionados, Maloof se hizo a cientos, tal vez miles, la cifra es inexacta, de rollos aún sin revelar. Éstos pueden contener sólo dios sabe qué riquezas visuales de una era que ya ha pasado a la historia como la segunda mitad del siglo veinte.
Todo lo mencionado es anédota de salón de te; lo que realmente interesa es que Vivian Maier ha resultado ser una artista mayúscula y su obra, que apenas comienza a ser catalogada por expertos, ha llamado la atención por todos lados. Las reacciones no se han hecho esperar, como lo demuestra una retrospectiva de su trabajo recién inaugurada en Chicago.
Por lo que podemos vislumbrar tendremos Vivian Maier para rato.
Lo más fascinante de esta colección, a juzgar por lo que está siendo publicado en blogs, artículos de prensa, en entrevistas televisivas con los afortunados descubridores del tesoro, es la ausencia de un estilo específico, lo cual se hace manifiesto en una amalgama de estilos diversos.
Vemos así destellos de grandes y reconocidos fotógrafos del siglo pasado. En su fotografía encontramos símiles de Helen Leavitt, Diane Arbus, Harry Callahan, Henri Cartier Bresson, Walker Evans, Lee Friedlander, Garry Winogrand, Robert Frank y una extensa lista que incluye etnógrafos, documentalistas, artistas de alto vuelo y jornaleros de la imagen, reporteros gráficos y muchos otros genios de menor cuantía.
Es, en resumidas cuentas, un golpe de buena suerte que el público en general y los amantes de la fotografía en particular, puedan ahora disfrutar el fruto del trabajo y la visión de esta mujer, esta niñera sin descendientes, que dedicó gran parte de su vida a crear una de las más apasionantes colecciones de historia visual del siglo xx.
VER BLOG DE LA OBRA DE VIVIAN MAIER:
http://vivianmaier.blogspot.com/
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