El arte tiene sus maneras de compensar a algunos seres quienes en vida no gozaron del halago y regodeo de fama y fortuna. Tal es el caso de John Deakin, fotógrafo retratista inglés, quien nunca pudo igualar el prestigio y talento de aquellos a quienes más admiró en vida y quienes fueron sus amigos de francachelas y rencillas: pintores de la talla de Francis Bacon y Lucian Freud, para mencionar tan sólo dos grandes en la pintura británica del siglo xx.
Puede decirse que su talento como fotógrafo pasó inadvertido ante sus propios ojos ya que su máxima ambición fue la de ser pintor; algo para lo cual su destino le negó tan ansiada licencia.
Fue un aficionado a la pintura con ínfulas que ambicionaban lo imposible, aquello que los ingleses tan dados al sarcasmo disfrazado de benévolo eufemismo llaman a secas ‘a Sunday painter’- un pintor de fin de semana.
Deakin hizo carrera en bares, cafetines y lupanares frecuentados por la fauna artística en el entorno bohemio del Soho londinense y siempre soñó con ser reconocido pintor. La verdad irrefutable es que nunca tuvo su pincel la profundidad, ni el discernimiento quirúrgico de su visión empleada a fondo en conjunción con el lente gemelo de su Rolleiflex.
Es poco lo que se sabe de este artista, ya que lo era de veras, cuya historia es desconocida antes de su aparición en Londres a mediados de los años cuarenta. Dicen los cronistas que pasó parte de su juventud deambulando a expensas de mecenas y benefactores por el Pacífico Sur, México y los Estados Unidos.
A finales de los años treintas se le encuentra viviendo en París, retratando sus calles y sus gentes con intención de publicar un libro de fotografía dedicado a esa ciudad.
De regreso en Inglaterra durante la Segunda Guerra se enrola al servicio de la corona inglesa, en la Unidad de Fotografía del Ejército y se desempeña como fotógrafo en Egipto y Siria. Poco se sabe de su producción de la época ya que los negativos aún están en poder del Imperial War Museum, en efecto son propiedad a perpetuidad del Ministerio de Guerra.
En dos oportunidades Deakin trabajó en Londres para la versión inglesa de la revista Vogue y las dos veces su afición a la bebida y su temperamento irascible obligaron a sus editores a cancelarle el contrato.
Mucho de lo que publicó en aquella época incluye intentonas de hacerse fotógrafo de modas. El resto son retratos de habitantes de los círculos artísticos de entonces; escritores, poetas, dramaturgos, actores, directores de cine; pintores y las musas de éstos.
Sus retratos, la composición de los mismos y su ejecución, son de una coherencia visual que fácilmente sobrepasa aquella de famosos retratistas de ayer y de hoy. No existe en su trabajo fotográfico un rastro de condescendencia ni tregua: se da exactamente lo que hay, ni más ni menos. En este aspecto fundamental de su obra se encuentra el valor inherente a su legado artístico. No sobrevive en ellos una pizca de embellecimiento o la golosina de favores inmerecidos para quienes posaron frente a su cámara.
Su producción de retratos nos descubre un artista maduro en completo control de sus dones. Es legendaria su carencia de modales sociales a diferencia de muchos otros, fotógrafos más conocidos y exitosos, pero carentes del talento de este borrachín deslenguado, cuya obra fue hallada debajo de su cama, una vez muerto, amontonada en dilapidadas cajas de cartón.
Lo que se conoce y que ha visto la luz después de su muerte, ocurrida en mayo de 1972, es poco menos que extraordinario. Su amigo el crítico y escritor Bruce Bernard fue el encargado de rescatar sus negativos y mucho del trabajo existente hasta entonces.
Los cientos de negativos y retratos impresos hallados en su apartamento constituyen su obra capital: fotografías de moda que alguna vez engalanaron, o no, las páginas de English Vogue; sus retratos de artistas, de soldados tatuados, de travestis y drag queens; de momentos memorables en el entorno familiar de Soho poblado por sus bestias nocturnas y reportajes inacabados para documentales nunca llevados a su lógica conclusión.
Es curioso que de su obra dada a conocer al gran público por primera vez en una muestra retrospectiva realizada en el Museo de Victoria and Albert, en Londres en 1984, lo más sobresaliente es lo que se quedó sin publicar.
El proyecto parisino se quedó en el tintero debido a dos libros coincidentes publicados a mitad de la década del cuarenta sobre el mismo tema; uno de André Kertész y el otro de Brassaï, ambos artistas formados en París y reconocidos internacionalmente.
Deakin agravó las circunstancias debido en gran parte a su inhabilidad de congeniar con editores, su pasión desenfrenada por el alcohol y su actitud contestataria.
Sus fotografías tomadas en la Roma de posguerra fueron publicadas en 1951 utilizando el mismo esquema de trabajo, escenas de la vida común y evidencias de la cotidianeidad expresada en los rostros y las paredes a través del graffiti callejero.
Sus proyectos inconclusos denominados “Paredes de París” y “Paredes de Londres”, han quedado archivados para siempre en el catálogo que se hizo de su trabajo póstumo.
Su legitimación como artista de alto vuelo se dio en 1996 con una exhibición retrospectiva de su obra en The National Portrait Gallery, de Londres. En 2004 se produce su entrada en el panteón de fotógrafos del siglo xx a partir de su inclusión en The New Dictionary of National Biography, suerte de Biblia cívica del país.
A propósito de la exposición de 1984 en el Victoria and Albert Museum, su amanuense, el escritor Bruce Bernard declaró: “Me produce satisfacción haber participado en hacerle justicia a nuestro estimado, jocoso y descarrilado amigo, la misma que él de manera tan denodada se negó a sí mismo y tengo plena confianza que en el futuro no haber escuchado de John Deakin será visto como un desconocimiento vergonzante de la historia de la fotografía”
Imágenes
- A Maverick Eye, The Street Photography of John Deakin.
- John Deakin, Photographs- Robin Muir, Thames & Hudson
Puede decirse que su talento como fotógrafo pasó inadvertido ante sus propios ojos ya que su máxima ambición fue la de ser pintor; algo para lo cual su destino le negó tan ansiada licencia.
Fue un aficionado a la pintura con ínfulas que ambicionaban lo imposible, aquello que los ingleses tan dados al sarcasmo disfrazado de benévolo eufemismo llaman a secas ‘a Sunday painter’- un pintor de fin de semana.
Deakin hizo carrera en bares, cafetines y lupanares frecuentados por la fauna artística en el entorno bohemio del Soho londinense y siempre soñó con ser reconocido pintor. La verdad irrefutable es que nunca tuvo su pincel la profundidad, ni el discernimiento quirúrgico de su visión empleada a fondo en conjunción con el lente gemelo de su Rolleiflex.
Es poco lo que se sabe de este artista, ya que lo era de veras, cuya historia es desconocida antes de su aparición en Londres a mediados de los años cuarenta. Dicen los cronistas que pasó parte de su juventud deambulando a expensas de mecenas y benefactores por el Pacífico Sur, México y los Estados Unidos.
A finales de los años treintas se le encuentra viviendo en París, retratando sus calles y sus gentes con intención de publicar un libro de fotografía dedicado a esa ciudad.
De regreso en Inglaterra durante la Segunda Guerra se enrola al servicio de la corona inglesa, en la Unidad de Fotografía del Ejército y se desempeña como fotógrafo en Egipto y Siria. Poco se sabe de su producción de la época ya que los negativos aún están en poder del Imperial War Museum, en efecto son propiedad a perpetuidad del Ministerio de Guerra.
En dos oportunidades Deakin trabajó en Londres para la versión inglesa de la revista Vogue y las dos veces su afición a la bebida y su temperamento irascible obligaron a sus editores a cancelarle el contrato.
Mucho de lo que publicó en aquella época incluye intentonas de hacerse fotógrafo de modas. El resto son retratos de habitantes de los círculos artísticos de entonces; escritores, poetas, dramaturgos, actores, directores de cine; pintores y las musas de éstos.
Sus retratos, la composición de los mismos y su ejecución, son de una coherencia visual que fácilmente sobrepasa aquella de famosos retratistas de ayer y de hoy. No existe en su trabajo fotográfico un rastro de condescendencia ni tregua: se da exactamente lo que hay, ni más ni menos. En este aspecto fundamental de su obra se encuentra el valor inherente a su legado artístico. No sobrevive en ellos una pizca de embellecimiento o la golosina de favores inmerecidos para quienes posaron frente a su cámara.
Su producción de retratos nos descubre un artista maduro en completo control de sus dones. Es legendaria su carencia de modales sociales a diferencia de muchos otros, fotógrafos más conocidos y exitosos, pero carentes del talento de este borrachín deslenguado, cuya obra fue hallada debajo de su cama, una vez muerto, amontonada en dilapidadas cajas de cartón.
Lo que se conoce y que ha visto la luz después de su muerte, ocurrida en mayo de 1972, es poco menos que extraordinario. Su amigo el crítico y escritor Bruce Bernard fue el encargado de rescatar sus negativos y mucho del trabajo existente hasta entonces.
Los cientos de negativos y retratos impresos hallados en su apartamento constituyen su obra capital: fotografías de moda que alguna vez engalanaron, o no, las páginas de English Vogue; sus retratos de artistas, de soldados tatuados, de travestis y drag queens; de momentos memorables en el entorno familiar de Soho poblado por sus bestias nocturnas y reportajes inacabados para documentales nunca llevados a su lógica conclusión.
Es curioso que de su obra dada a conocer al gran público por primera vez en una muestra retrospectiva realizada en el Museo de Victoria and Albert, en Londres en 1984, lo más sobresaliente es lo que se quedó sin publicar.
El proyecto parisino se quedó en el tintero debido a dos libros coincidentes publicados a mitad de la década del cuarenta sobre el mismo tema; uno de André Kertész y el otro de Brassaï, ambos artistas formados en París y reconocidos internacionalmente.
Deakin agravó las circunstancias debido en gran parte a su inhabilidad de congeniar con editores, su pasión desenfrenada por el alcohol y su actitud contestataria.
Sus fotografías tomadas en la Roma de posguerra fueron publicadas en 1951 utilizando el mismo esquema de trabajo, escenas de la vida común y evidencias de la cotidianeidad expresada en los rostros y las paredes a través del graffiti callejero.
Sus proyectos inconclusos denominados “Paredes de París” y “Paredes de Londres”, han quedado archivados para siempre en el catálogo que se hizo de su trabajo póstumo.
Su legitimación como artista de alto vuelo se dio en 1996 con una exhibición retrospectiva de su obra en The National Portrait Gallery, de Londres. En 2004 se produce su entrada en el panteón de fotógrafos del siglo xx a partir de su inclusión en The New Dictionary of National Biography, suerte de Biblia cívica del país.
A propósito de la exposición de 1984 en el Victoria and Albert Museum, su amanuense, el escritor Bruce Bernard declaró: “Me produce satisfacción haber participado en hacerle justicia a nuestro estimado, jocoso y descarrilado amigo, la misma que él de manera tan denodada se negó a sí mismo y tengo plena confianza que en el futuro no haber escuchado de John Deakin será visto como un desconocimiento vergonzante de la historia de la fotografía”
Imágenes
- A Maverick Eye, The Street Photography of John Deakin.
- John Deakin, Photographs- Robin Muir, Thames & Hudson
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