Hace exactamente 33 años, el 10 de julio de 1986, murió mi viejo. Se llamó Luis Eduardo Borja pero toda la vida se le conoció entre familiares y amigos como El Negro. Fue el más oscuro de cuatro hermanos y como tal fue humillado desde pequeño. Trabajó toda su vida desde los 10 años hasta el día en que murió, luego de haber levantado cuatro hijos a pulso y aguante. No recuerdo haberle visto tomar vacaciones en su vida. Fue un hombre que inculcó en sus hijos la honestidad y el respeto a la mujer por encima de todo.
En esta hora recuerdo con nostalgia su letra chata en cartas llenas de amor y errores de ortografía cuando me fui de casa para vivir en Canadá a principios de 1973. Y en este día me viene a la mente el millón de lágrimas que derramé cuando supe de su muerte, mientras trataba de encontrarlo en las letras de los tangos que siempre adoró, a solas, porque no pude aguantar la compañía de nadie ese día y me daba contra las paredes, en mi casa en San Francisco, sabiendo que me era imposible viajar de regreso a Colombia para acompañarlo hasta su tumba.
Hoy más que nunca su recuerdo me viene a buscar.
En esta hora recuerdo con nostalgia su letra chata en cartas llenas de amor y errores de ortografía cuando me fui de casa para vivir en Canadá a principios de 1973. Y en este día me viene a la mente el millón de lágrimas que derramé cuando supe de su muerte, mientras trataba de encontrarlo en las letras de los tangos que siempre adoró, a solas, porque no pude aguantar la compañía de nadie ese día y me daba contra las paredes, en mi casa en San Francisco, sabiendo que me era imposible viajar de regreso a Colombia para acompañarlo hasta su tumba.
Hoy más que nunca su recuerdo me viene a buscar.
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