
Cada noche los amantes buscaban justificar su pasión y se felicitaban mutuamente, frente al espejo que los reflejaba, de estar vivos y de haberse hallado el uno al otro. Luego se dejaban ambos envolver por los ruidos sosegados de la noche y el rítmico susurro de un tren lejano, que a veces se confundía con la queja de algún barco en la distancia perdido en el agua mucho más allá del puerto...
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