Tuesday, 9 February 2021

Niño en el Mercado de Baños, Ecuador 2000

 



Durante el verano del año 2000 deambulando por varias ciudades del Ecuador me detuve en algunas plazas de mercado con el propósito de retratar gente local. Vale decir que los personajes fueron elegidos al azar de entre las muchas personas que iban y venían de un lado para otro. 


La gente en la sierra ecuatoriana es bastante reservada así que tuve que forzar mi empeño entre quienes entraban y salían del mercado. Usé un trapo negro heredado de un viejo grupo de teatro el cual sirvió como fondo para mi propósito fotográfico. 

En varios sitios lo colgué de clavos existentes en las paredes y, en otros, de algún parapeto aledaño o anexos al patio de la entrada. 


Al instalar el trapo y disponer mi cámara montada en el trípode pregunté a las personas que transitaban frente a mí si sería posible tomar su retrato. Debía entonces explicar individualmente que no habría compromiso monetario de alguna de las partes. 


El niño fotografiado aquí tendría por esa fecha entre diez y doce años y caminaba tomado de la mano de su hermana algo mayor que él. Ambos accedieron a posar frente mi cámara. Luego de dos tomas le sugerí a él que posara solo, cosa que accedió de inmediato.


Esta es la imagen. Me atrapó al instante por la honestidad y soltura de la pose. Es una imagen posada, valga recalcar, pero es también espontánea en muchos aspectos y sin rezagos de fingir lo que no es. El sol a las once de la mañana es intenso en la sierra y él quiere proteger sus ojos del resplandor. Se lleva las manos con los dedos entrelazados  a la frente y mira directo a la cámara pidiendo que se le registre tal como es. 

El documental conlleva implícito un carácter confesional y eso aparece en la superficie del retrato. El niño se cubre la vista frente al incómodo sol para mirar y ser mirado mejor.

Esta imagen me ha hecho pensar en el paso del tiempo y tengo ahora que especular sobre lo que ha podido suceder con él desde entonces. 


Lo mío lo sé y me he visto envejecer de cincuenta y uno a setenta y un años. He tenido dos hijos más en mi vida, vine a Inglaterra a envejecer, algo que en aquel entonces no hubiera podido vislumbrar.

Lo de él nunca lo sabré. Es posible que hoy sea doctor o conductor de camión. Lo único que queda claro es el pasado y lo que muestra: un niño que protege sus ojos del resplandor del sol una mañana del primer agosto del siglo veintiuno, mientras mira sin parpadear a un tipo que lo retrata y a quien nunca más verá en su vida. 


En esta separación de dos realidades diferentes estriba la validez y la falencia del hecho fotográfico accidental. La realidad en su presente es y estará por siempre encasillada en esa jaula demarcada por el negativo resultante de la toma.

La lectura posterior será objeto de múltiples interpretaciones que van desde lo sociológico hasta su alcance artístico o documental.

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