Fernell Franco, Cali 1997 ©Lalo Borja
Hace más de cuarenta años un grupo de
jóvenes quedamos mudos frente a una serie de imágenes que Fernell
Franco mostraba al público en una casona colonial del centro de Cali, llamada
Ciudad Solar. Asistíamos a su primera exhibición fotográfica, la primera en lo
que sería una larga y distinguida carrera artística.
Sobra añadir que quienes
presenciábamos la ópera prima del gran fotógrafo colombiano andábamos a medio
alucinar mirando sin poder comprender el alcance de lo que teníamos enfrente:
una serie magistral de retratos de prostitutas a manera de retablos, de
dípticos monocromáticos de indefinible tristeza.
Para quienes crecimos viendo
prostitutas en los barrios del centro, voyeristas a toda prisa, mientras
íbamos y veníamos de la escuela en aquella época, éstas representaron la cara
osada de algo que nuestros padres siempre nos advirtieron de evitar: las
mujeres de la vida, las putas; seres intocables y que ahora el fotógrafo ponía
en el pedestal de plata de la imagen para que las examináramos sin pudor o
admiráramos secretamente.
No eran estos rostros los monstruos
de la sífilis que teníamos a la vista, eran seres de carne y hueso que se
dejaban fotografiar en el ambiente miserable de sus cuchitriles y se
enfrentaban a la cámara, a nuestra mirada ávida, con una cierta ingenuidad que
no dejaba de sorprender.
Las fotografías de esta serie (1972)
son de una factura diferente a las ya famosas del fotógrafo norteamericano E.J.
Bellocq, tomadas en Nueva Orleans a principios del siglo xx, pero están
esencialmente emparentadas de origen.
Muchas de las imágenes de prostitutas producidas por Bellocq fueron mutiladas, en gran parte para enmascarar la vergüenza del pecado; las de Fernell Franco miran de frente y se dejan fotografiar junto al artista con sincero desparpajo.
Muchas de las imágenes de prostitutas producidas por Bellocq fueron mutiladas, en gran parte para enmascarar la vergüenza del pecado; las de Fernell Franco miran de frente y se dejan fotografiar junto al artista con sincero desparpajo.
No es aventurero afirmar que la fotografía colombiana, colmada de retrasos, entra de lleno al siglo xx de la mano de Fernell
Franco. Nuestra historia artística fotográfica perteneció eminentemente al retratismo
y a manifestaciones naturalistas que correspondían al coletazo de influencia
con que había finalizado el siglo anterior.
Fernell Franco llega con una visión
limpia y libre de prejuicios académicos
a declarar patrimonio fotográfico aquello que nuestra inhabilidad de
abstracción nos mostraba tan sólo como un montón de ladrillos derrumbados.
Habíamos comenzado a ser atropellados
por el paso avasallante de la supuesta modernidad urbanizadora que como una
aplanadora gigantesca se yergue imponente en la segunda mitad del siglo xx.
Nuestras ciudades cambian apresuradas,
la arquitectura colonial desaparece de los grandes centros urbanos y se
producen las expansiones hacia la periferia, a tiempo que el narcotráfico se
instaura paralelo a moldear otras facetas de una ya apaleada cultura.
Fernell Franco profundiza sobre lo
cotidiano para demostrar esclarecido el significado de aquello que se nos
escapaba de las manos: la realidad ignorada que él tuvo incalculable valor de
preservar visualmente para la posteridad.
De su obra fotográfica, rica en
aspectos localistas en su ciudad, Cali, sobresalen la serie “Galladas”,
definición en el habla local de pandillas de jóvenes; las series “Bicicletas”,
“Interiores” y “Billares”, son muestras que constituyen un sobrio ejemplo de interpretación
histórica en una sociedad que abandona presurosa su presente para caer a ciegas
en brazos de un futuro incierto.
“Galladas” es una exploración de
ciertos aspectos de la vida de barrio en los años setentas, donde muchachos de
clases populares aparecen en lo que semeja un eterno domingo en esquinas
polvorientas. Posan ataviados con sus mejores prendas: los pantalones de bota
acampanada, los zapatos de plataforma harto estrafalarios y la actitud en los
rostros que dejan entrever la auto-suficiencia propia de la adolescencia y una
timidez entre lánguida y dulce.
Son imágenes que pertenecen a un
pasado olvidadizo en la memoria de una ciudad con una muy corta capacidad de
mirada retroactiva.
Lo que ha causado gran impacto en
Europa y Estados Unidos es indudablemente la serie llamada “Amarrados”,
proyecto fotográfico realizado en los mercados locales de pueblos y ciudades
que nos muestra la forma como los mercaderes amarran sus productos, sus cajas
de mercancía, bien sea para guardarla en la noche o para transportarla con
facilidad de un lugar a otro.
El leitmotif presente es un intrincado
patrón en el uso de lazos entretejidos protegiendo la mercadería, proyectando
la ilusión de ser cuerpos amarrados envueltos en túnicas mortuorias. Tiene todo
ello un aire de cadáver insepulto, de cuerpo en reposo previo a la inhumación;
nos hablan de una callada violencia en forma de símbolos de sumisión y dominio.
Son en su mayoría, como mucho en la
obra de este gran artista, de una belleza lacónica; objetos fotografiados a la
sombra de galpones o bodegas de almacenamiento. No hay asomo de alarde ni el
llamado a sustituir lo que hay por lo que puede haber: son cajas, bultos
amarrados con lazos y cordeles, punto. Son fotografías que sin embargo poseen
una fuerza narrativa rayana en lo solemne.
Como todo lo que define el legado
creativo de Fernell Franco éstas y muchas otras imágenes nos dejan perplejos
porque son de una estética envidiable, por lo simple de su concepción y lo
profundo de su ejecución.
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