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Hay algo misterioso en el trazado de las casualidades aun si éstas se presentan de manera simple, no siempre incongruentes. De paso por la muy noble villa de Cádiz y mientras caminaba a medianoche por entre sus estrechas calles, me encuentro con una pequeña silla para niños, de madera de bambú, algo deteriorada pero aún llamativa. La recojo y la llevo a hombros el resto del paseo. A la mañana siguiente la saco a la terraza con las primeras luces para forzarla a representar la ausencia de mis hijos en tierras lejanas. Aquí está la metáfora herida, solitaria, estoica y todavía en pie, haciéndome evocar y repatriando de nuevo la falta que me hacen mis hijos en la brillante luz de aquella ciudad maravillosa.
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