De las imágenes del fotógrafo colombiano Jorge Mario Múnera (Medellín 1953), una en particular me ha llamado la atención: el retrato de un muchacho, que bien puede estar durmiendo la borrachera en un andén, o muerto a las malas y a destiempo en algún vecindario innombrable.
Hay en él, en su rostro ajeno a cualquier preocupación, todo un mundo por dilucidar; barco de papel a merced de los vientos que le rozan.
De inmediato acude a la memoria el muerto inmortalizado por el mexicano Manuel Álvarez Bravo (“Obrero en huelga asesinado, 1934”), uno de los puntos culminantes en la obra de quien siempre buscó la verdad en la dureza del paisaje humano y geográfico de su país.
El retrato del joven puede pasar desapercibido salvo por la fuerza implícita en su indefensión, saberse doblegado ante múltiples circunstancias imposibles de cambiar. Retrato intemporal, violento, que corrobora una vez más la lentísima mutación del tiempo en tierras latinoamericanas.
Que esté vivo o muerto termina siendo irrelevante; lo que salta a la vista es el rostro de serena aceptación, manifiesta quietud de misterios insondables.
La curiosidad me llevó a preguntarle al artista si era ésta una imagen póstuma, la del joven flotando en su etérea nube de lejana indiferencia.
Múnera es ante todo un retratista. Egresado de la academia suiza de fotografía en Ginebra ha cimentado su prestigio en logrados retratos de escritores. Éstos son en su mayoría de la nueva generación, el llamado post-boom literario; grupo heterogéneo de novelistas y poetas que han hecho carrera al margen de los rescoldos del realismo mágico.
El artista ha recorrido rincones apartados de su país en busca de argumentos visuales que vayan más allá de un paisajismo esquemático. Con ello intenta descifrar el tejido humano y social que subyace tras la fisionomía popular. Sus campesinos, indígenas y peones, representantes todos del pueblo ignorado por retratistas de catálogo, son fiel resultado del trabajo de alguien que siente muy a fondo su llamado.
Múnera al hablar de su retratos de escritores en Colombia dice que “son la memoria en un mar de amnesia” (El País, Madrid, 19-09-06). Este mismo concepto debe aplicarse a todo lo que este fotógrafo descubre a su paso, bien sea en Nueva York; en el Chocó de la olvidada costa Pacífica o en las soledades salitres de la Guajira en el Caribe colombiano.
Estas son sus palabras: “He considerado que antes de todo la fotografía que hago es de carácter humanista, centrada en distintos grupos sociales. Por eso necesariamente tiene algo de antropológica. Toda fotografía centrada en la gente lleva implícito este sesgo. Siempre he pensado que solo se ve lo que se sabe. Por eso he tratado de conocer a fondo los temas en los que trabajo. Pero la prioridad ha sido ver ese país invisible, ninguneado y sumergido por la violencia y la desigualdad.
Me he centrado en esa cultura colombiana popular que ha sido asfixiada por el hambre y la guerra y que el establecimiento ha tratado de ocultar hasta desaparecerla. No ha sido curiosidad lo que me ha llevado a esto sino un involucramiento total con este mundo colombiano que nos ha sido negado.
Es la visión de un país que existe debajo del cuero oficial y que creo es más profundo y significativo pues no es el de mostrar si no el que llevamos dentro, muchas veces sin saberlo. Entonces el reconocimiento con nombre propio de las personas que hacen esta cultura parece y es un caso de antropología pero más allá. Se trata de la visión de un mundo que se ha negado y despreciado. Quiero que estos documentos sirvan para algo cuando se decida contar la versión no oficial de nuestra historia”.
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