En mi infancia los vi cada fin de semana cuando acompañaba a mi madre al mercado. Crecí mirando sin simpatía a estos hombres y niños que se ganaban la vida, si es que se le puede llamar así a esta ocupación, en la que el hombre ha asumido la posición de bestia de carga.
Les llamábamos bulteadores, aquellos que cargan bultos, pero no se limitaban simplemente a ello. También cargaban racimos de plátano, cajas de cerveza y gigantescos canastos y costales repletos de víveres hasta las casas de las señoras, donde sudorosos recibían un par de monedas por su esfuerzo y cuando estaban de suerte un vaso de agua.
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