Tuesday, 18 November 2008

Francis Bacon, Tate Britain, Londres





































Estudio para retrato del Papa Inocencio X 1953 (After Velázquez)


Es fácil adjudicar a Francis Bacon varias etiquetas. Estas hablan en su mayoría del horror, de la violencia que conduce al espasmo en la evisceración de seres inconclusos pero intuidos. Hay mucho de asalto visual en sus cuadros, de emboscada naranja, carmesí y verde intenso en su pintura, que nos compele en primera instancia a rechazarlas. Pero, más poderoso que el rechazo hay de por medio un descubrimiento de lo insondable a simple vista, que hace imposible no mirarlas. Hay que mirar a Bacon para poder sentir el poderío implacable de su puñal resplandeciente de colores. Hay que acercarse temerosamente a su hoguera, a riesgo y con el propósito esencial de sentir el fuego. Porque lo que hay en Bacon es el color y más que el color el sentimiento de percibir los tintes del misterio. Los cuadros que chorrean blancos como húmeros gelatinosos; los verdes que convierten a un perro común en un espanto; los grises que hablan del silencio en los más que silenciosos espacios de la tristeza y la soledad contemporánea.
Es muy fácil decir que Bacon es un artista maldito. Mucho más difícil es pensar que es un ángel dedicado a reivindicar el martirio de los inocentes.
Manteniendo los necesarios límites y guardadas las evidentes proporciones, pienso que hay mucho en su pintura que nos remite a aquellos minúsculos grabados de Goya -Los Desastres de la Guerra- denuncia irrefutable de la inhumanidad del ser humano y aquella conducta proclive al desmembramiento y la mutilación de sus congéneres, como herramienta de ejercicio del poder. De igual forma encuentro una relación no muy tenue entre ambos y el trabajo artístico del fotógrafo americano Joel-Peter Witkin, quien ha logrado instaurar su arte a partir de una asombrosa visión apocalíptica del hombre contemporáneo.
Bacon sobrepasa todas las denominaciones que se le puedan endilgar. No es abstracto, ni surrealista, ni naturalista. Ni mucho menos impresionista: es simplemente impresionante. Es quizá el pintor que más desafía el concepto recóndito de la alucinación; de los sueños prohibidos que nacen en el sótano de los sentidos y sobreviven a los grandes incendios de la realidad.
Esa misma realidad que nos lleva a abrir bien los ojos porque lo que tenemos frente a nuestra vapuleada pupila es ni más ni menos que la apoteosis de la pintura. En el Siglo XXI y muchos por venir.


La exhibición retrospectiva de la pintura de Francis Bacon, en la Galería Tate Britain, estará abierta hasta el 4 de enero de 2009



















Francis Bacon, retratado por Richard Avedon, Paris 1979

1 comment:

larraz said...

Cómo me hubiera gustado estar en esa sesión de retrato. Ver qué hacía Bacon e investigar como trabajaba Avedon.

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