Esta es una de esas joyas durante mucho tiempo ignoradas y que, llegado el día, empezamos a ver con otros ojos.
Es un retrato tomado en Bogotá, ciudad donde residía mi padre en 1939. La imagen es de estudio, de aquellos muy en boga por aquel entonces cuando pocos tenían acceso a una cámara y que empujados por la necesidad, el ego, o aún mejor, el deseo de permanecer convertidos en imagen fotográfica en la superficie del papel por muchos años, buscaban el estudio de algún fotógrafo en el centro para hacerse un retrato.
Es una postal de historia, como ha sido comprobado, un pedazo de papel impreso que ahora viene a recordarme la cara de mi viejo, de quien hoy se cumplen 104 años de nacido.
Y, a quien puedo mirar en silencio, mientras pienso en su vida y la nuestra; en lo que dejó para la posteridad, además de palabras sueltas, el cariño infinito y la mirada triste.