Wednesday, 24 November 2010
My Mother Marina
I must say in all honesty that I would not be who I am, what I have been and might yet become, were it not for the tenacious capacity of my mother to look for that extra door that opens beyond the horizon; because of her vision, because of her undying faith in love, because she never ceased believing in the good inherent in humankind.
Here's this shot taken in the summer of 1992 in San Francisco, at the old house in Kansas Street, bringing it all back to my mind on this 25th of November, the third anniversary of her departure to that greener pasture in the afterglow of life.
Bless her memory, bless her heart.
Photo by Sahara Borja, Summer of 1992
Friday, 5 November 2010
Reflexiones sobre un auto-retrato en Noviembre del año 2010
"Having no confidence in my virtues, I proposed to make every defect of mine count"
Edward Dahlberg, "Confessions"
Esta es mi noche,
mi verde vegetal en el que estoy
perdido, siguiendo con la vista
el paso tenue de la hormiga
o el torpe vuelo del tosco moscardón
que a nada inspira.
Este soy yo, o me parezco,
yaciendo inerme, hoja de mi propio árbol caída,
en este oscuro espasmo,
abrazado a mi miedo;
el único navío que poseo.
© Cali, Colombia 1995
Tuesday, 2 November 2010
Enrique Buenaventura, Hernando Tejada
Esta imagen me transporta al año que pienso debe haber sido 1996. En ella aparecen dos de los más destacados artistas colombianos de la segunda mitad del siglo veinte: Enrique Buenaventura, dramaturgo, director de teatro, poeta; y Hernando Tejada, genial pintor que hizo de Cali su hogar durante muchos años, donde se le recuerda y se le recordará por siempre debido a su contribución a la vida artística de la ciudad.
Monday, 1 November 2010
La Fotografía de Don McCullin
Retrato de Don McCullin por Wattie Cheung
“He sido manipulado y a su vez he manipulado a otros al registrar sus reacciones al sufrimiento y la miseria. Así que hay culpa en ambas direcciones: culpa porque yo no practico ninguna religión, culpa porque yo pude salir con vida, mientras que un ser humano moría de inanición o asesinado por otro que blandía un arma de fuego.
Y estoy cansado de sentirme culpable, de decirme a mí mismo: Yo no he matado a aquel hombre en aquella fotografía, yo no dejé morir a aquel niño de hambre.
Es por eso que quiero fotografiar paisajes y flores. Me estoy auto-sentenciando a la paz” .
Don McCullin
En el panorama artístico del siglo xx existen contados ejemplos de fotógrafos que han logrado desplazarse de un lado a otro del espectro; moverse con el etéreo don de la ubicuidad entre la dura realidad del foto-periodismo, el pragmatismo de la publicidad y las exigencias de las bellas artes.
Basta examinar así sea someramente la obra excepcional del fotógrafo británico Don McCullin (Londres, 1935) para comprender su talento que le ha permitido ser lo uno y lo otro.
Su profesión le ha llevado a ser testigo de brutales sucesos cometidos por seres humanos sobre otros seres indefensos, ya sea en aras de políticas de estado o a partir de dogmas religiosos: la guerra, la opresión o la hambruna impuesta por fuerza del fusil.
Es necesario mirar su trabajo periodístico en Viet Nam, Biafra, Camboya, El Congo, Chipre, Bangladesh y Londonderry; o el Beirut fratricida de mediados de los años setentas, para apreciar la vocación humanista de este hombre.
Sus fotografías nos dejan entrever una denuncia contra las calamidades de la guerra. Nos incitan a cuestionar la destrucción y la barbarie en un siglo cuyo destino parece haber sido un constante inventario de horrores.
Más allá del fotógrafo de guerra lo que tenemos a la vista es al artista en función de testigo de atrocidades narradas visualmente para que el mundo tome nota.
Muchos cronistas de la era lo comparan con aquellos quienes representan lo más granado de entre los fotógrafos de guerra: los nombres de Robert Capa, Larry Burrows, W. Eugene Smith, saltan de inmediato a la memoria.
Es posible especular que el origen artístico de McCullin se remonta a mediados del siglo xix con el ejemplo, seguido casi al pie de la letra, de la carrera artística de Roger Fenton.
Fenton, fotógrafo inglés, comisionado por la reina Victoria viaja hasta los confines del imperio para fotografiar la Guerra de Crimea en 1855.
De regreso a Londres, con 350 placas de negativos monta varias exhibiciones no exentas de un aire de propaganda de estado. Los últimos años de su vida los divide entre dos disciplinas no necesariamente afines: el paisajismo y el retrato.
Su muerte temprana en 1859 lo habrá de consagrar como pionero de la fotografía de guerra. Sus naturalezas muertas, sus vistas de la campiña inglesa y sus retratos imperiales habrán de inmortalizar su fino olfato de artista.
Don McCullin empezó su carrera en Londres a principios de los años sesentas. Sus retratos de vagabundos a la deriva, alcoholizados sin sostén, dan los primeros indicios de una carrera que habría de dar frutos en su catálogo de horrores de la guerra.
Sus sujetos absortos en la contemplación de la muerte o a espera de ella nos hacen lectores en la enciclopedia de un siglo sin paralelos en la historia de la humanidad.
Y, sin embargo, de aquellas jornadas de pesadilla sale triunfante el artista que ha dedicado estos últimos veinte años a contemplar el lento andar de la historia desde otra perspectiva mucho más edificante: el paisajismo.
Empezando en la década de los noventa nos asombra con sus paisajes grises de campos sombríos, de nubes que cuelgan sobre un trasfondo de tramoya, de cielos profundos en un reflejo de agua en los alrededores de su residencia, en Glastonbury, Inglaterra. En ellos vemos el ojo del artista extasiado en el riguroso examen de la naturaleza que le rodea.
McCullin acaba de publicar un libro de paisajes donde nos muestra lo que queda del Imperio Romano después de dos mil años de historia.
Este trabajo es poco menos que un triunfo de su arte, visto como alabanza, en la consagración de la historia y la arquitectura imperecedera de la cultura romana.
Southern Frontiers (Un Viaje a Través del Imperio Romano) se llama el libro y es un tour de force que lleva al lector a través de El Levante, comenzando en las ruinas de Baalbeck en el Líbano, siguiendo el recorrido hacia Palmira, en Siria y Jerash, en Jordania.
La segunda parte, El Magreb, cubre un largo territorio que comprende los países costaneros del Norte de África, Marruecos, Argelia, Túnez y Libia.
El resultado del recorrido en mención encumbra a este artista, aún activo a sus 75 años, a un sitio de privilegio entre los grandes practicantes de la fotografía mundial.
Al contrario de Fenton, su émulo artístico, McCullin ha vivido lo suficiente para disfrutar de la paz que brindan la tranquilidad de sus paisajes y el respeto de un público que ve en él uno de los más insignes artistas británicos del último siglo.
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