Monday 4 January 2010

A la muerte de Irving Penn


























La muerte de Irving Penn, ocurrida el 7 de octubre de 2009, trae consigo el cierre de uno de los más productivos e innovadores capítulos en la fotografía norteamericana del siglo xx. Su historial artístico y comercial deja una larga estela en el firmamento fotográfico de los últimos setenta años. La visión de Irving Penn, su elevada mirada de esteta, enmarca bajo su rúbrica todo lo que toca y concibe. Bien sea su trabajo de modas, en el que sobresalió dejando como herencia una escuela establecida; o su iconografía personal, donde el retrato artístico ha sido reconocido y entronizado como una de las más contundentes manifestaciones de la forma. Frente a su lente desfiló toda una generación de artistas célebres, representantes de cada disciplina creativa en un siglo que nunca estuvo falto de luminarias, Picasso, Marcel Duchamp, Miles Davis, Truman Capote, Jean Cocteau, Tennessee Williams, Rufino Tamayo y otros tantos vienen a la memoria. Existe la tendencia a restarle importancia a su producción no comercial, aquella que nos muestra al verdadero artista explorando otras avenidas en pos de hallazgos minimalistas. En 1977 asombra a los críticos con fotografías gigantescas que otorgan carta de ciudadanía al detritus del consumo: colillas de cigarrillos y latas de bebidas tiradas en el cordón de la vereda, minucias sin valor trajinadas y modificadas por el tráfico automotor y descoloridas por la lluvia, el óxido y la contaminación en la superficie del concreto. La magnificación de lo cotidiano-deleznable se les puede llamar a estos objets d’art, buscados y hallados en las calles de Manhattan y validados por un artista que respiraba inquieto bajo el manto de fotógrafo de modas. No es equiparable, es cierto, con su trabajo de inmaculada calidad en el que la belleza objetivizante de su trabajo comercial, la suma de sus partes perfectas, se nos muestra como el resultado de una escuela estética. Es, sin embargo, una manifestación del artista que trata, y logra, romper los esquemas impuestos por la rigurosa dictadura de los medios que venden objetos de consumo para la clase media alta: el consumidor nato en la cultura norteamericana. Penn lo define de esta manera: “ Mi clienta es una mujer en Kansas que lee Vogue. Trato de intrigarla, estimularla, alimentarla…” . Posteriormente y en referencia a sus retratos declara: “El retrato severo que no brinda un gran placer al sujeto del mismo puede ser enormemente interesante para el lector…” En el París, Londres y Nueva York de 1950 sale en busca de personajes que habrán de enriquecer la galeria de oficios varios e insignificantes: el barrendero, el buhonero, el vidriero, el panadero, el afilador de cuchillos, el bombero y demás; sirvientes todos del público y cuya labor pasa siempre inadvertida. Esta tipología, especie de taxonomía fotográfica, permanece unida al canon esencial del artista. El trabajo de August Sander en la Alemania anterior al nazismo acude de inmediato a la mente. Es evidente el interés de Penn por el tipo medio, aquel que no despierta interés y que, además, le lleva a contravía de su trabajo de modas, donde la sublimación de la belleza cosmética impuesta por los medios esconde y subvierte la verdadera cara de la realidad que experimenta el común de los mortales. Su trabajo de desnudos titulado Cuerpos Terrenales, es un compendio de la búsqueda del artista que se aleja del territorio conocido y se aventura sin extraviarse, valga decirlo, entre bosques por descubrir. El libro nos muestra en gran detalle el cuerpo femenino tallado por la expansión de la carne donde queda inscrita sin ambages la transformación ejecutada por el paso de los años. Los vientres regordetes, los amplios muslos y nalgas portentosas de una estructura femenina que evidencia la marcha inexorable del tiempo; la maternidad, los efectos de la vida sedentaria y demás secuelas de lo real, forman el corpus de su virtuoso discurrir visual. Mención especial merece su trabajo realizado en sus viajes por muchos países, en los que captura dentro de un estudio ambulatorio, hecho de una carpa desarmable y postes de aluminio, los más variados y extraordinarios sujetos: tribus fantásticas de las que nunca hemos escuchado, hombres y mujeres de apariencia por completo fuera de lo común: aborígenes en Nueva Guinea, gitanos de Extremadura, hippies de San Francisco, niños indígenas en Perú, los cuales publica en su libro titulado Mundos en un Cuarto Pequeño, en 1974. Penn, nacido en Nueva Jersey en 1917, comenzó su trabajo como fotógrafo de modas en la revista Vogue en 1940. En 1944 deja la revista y se enlista en el ejército norteamericano para la campaña de Italia, durante la Segunda Guerra. Posteriormente viaja como fotógrafo en la India para regresar a Vogue en 1946 a cubrir reportajes de moda y viajes. En 1950 inicia su trabajo como retratista y su asociación con la influyente revista le abre las puertas de las luminarias artísticas y literarias de la época. Su trayectoria le eleva a un sitio prominente en la galería de los grandes fotógrafos de su tiempo. Un tiempo que le vio trabajar desde antes de la mitad del siglo pasado hasta su muerte a los 92 años, todavía activo en la primera década del siglo que recién empieza.

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