Thursday 1 October 2009

Joel-Peter Witkin





























Por más de treinta años el trabajo fotográfico de Joel-Peter Witkin ha sembrado el desconcierto, por no decir terror, entre quienes se encuentran de buenas a primeras con su trabajo artístico. Aquellos que admiran en la fotografía su antigua capacidad innata de deleitar la vista, deben de una vez por todas cubrirse los ojos escandalizados ante su arte y dar la espalda, antes de echar a correr en dirección contraria.

Witkin ha hecho de lo grotesco una carrera meteórica y ha cosechado en su trayectoria homenajes por todo lo alto en el escalafón de la cultura internacional. Su producción fotográfica asombra con un arte poblado de monstruosidades y retruécanos visuales, donde la exploración del subconsciente y la re-creación de temáticas ya tratadas por artistas clásicos resucitan en portafolios donde no existe el absurdo, ya que éste ha sido reemplazado por lo bizarro, lo lúdico y, en últimas, lo fantasmagórico-alucinante.

El trabajo de Witkin no admite veleidades ni ligerezas: se le admira o se le odia. Hay mucho de sublime en su tarea mesiánica de reivindicar el espanto. Y, sin embargo, sus retablos cargados de horror nos muestran una búsqueda sin igual de una visión que persigue atrapar en esta época lo que hicieron en la suya seres tan influyentes como Bosch, Goya o Francis Bacon.

Sus naturalezas muertas hacen uso del cuerpo humano, bajado de su pedestal y transformado, con adornos o sin ellos, en mercancía artística y nos obligan a ver sin vergüenzas la fibra de la carne humana en toda su cruda verdad. Algunas de sus obras muestran a simple vista el costillar y el cartílago de seres fotografiados en la morgue o el instituto de medicina legal como si fuesen reses colgadas del gancho en la carnicería.

Sus creaciones fotográficas nos descubren visiones imprevistas frente a las cuales debemos cuestionar los orígenes de una belleza aterradora y sin compromisos, como no sea con el arte mismo.

“Yo vivo para crear imágenes que representan la lucha por la redención del alma humana”, se le ha escuchado decir.

Y es muy probable que esa haya sido desde siempre su función como artista. En incontables entrevistas se lee que su primer enfrentamiento con lo que sería su carrera fotográfica se dio cuando de chico fue testigo de un terrible accidente de tránsito, en el cual una niña pereció decapitada y el joven Witkin caminando por su barrio de Brooklyn, vio rodar a sus pies la cabeza de la pequeña muerta.

La galería universal de Witkin comprende todas las deformaciones físicas posibles y algunas que son casi imposibles de aceptar. Su respeto por aquellos que sufren de malformaciones, extrañas desviaciones congénitas y un largo etcétera de horrores, ha sido bien documentado. Gente de muchos países acude a él para ser fotografiada a cambio de un jugoso estipendio.

Sus temas tocan elementos relacionados con desviaciones sexuales, fetichismo, sado-masoquismo y aledaños, logrando mantenerse a flote sin caer nunca en el pastiche o los bajos fondos de la fácil conjura de la pornografía. Su arte está siempre propulsado por las musas del arte: Goya, Courbet, Reijlander, Velázquez, Brancusi, Seurat, Redon, Caravaggio, Rembrandt, Antonio Canova y Man Ray, son sólo algunos de los nombres de grandes, sobre los que ha basado sus composiciones fotográficas. Y, siempre fiel a sus instintos, ha coloreado sus homenajes a estos y otros artistas con el pincel de su inimitable creatividad.

Witkin no se deja admirar a simple vista. Está allí para demostrar que aún vivimos una época donde los atavismos de la impudicia y el dolor humano siguen siendo la constante sobre la que equilibramos nuestra satisfecha condición de sentirnos normales las veinticuatro horas del día.

Su arte nos acerca un poco más a nuestras realidades simples, mientras que a nuestro alrededor el mundo sigue siendo la antigua miasma secreta y maloliente donde se han cocinado todas las infamias desde el mismísimo fondo de la historia.

En 1992, el entonces Ministro de Cultura de Francia, Jack Lang, le confirió la Orden de Caballero de la Legión de Honor de las Artes y Letras, altísimo homenaje a este artista norteamericano.

Su reacción y subsecuente acción nos lleva a quitarnos el sombrero ante este personaje: una vez de regreso a su finca-estudio, en Nuevo México, cogió el diploma y armado de clavos y martillo claveteó el certificado de su título honorífico en la puerta de su cuarto oscuro como si fuera una mariposa desvalida.

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