Sunday 27 February 2011

Los Alcances de la Modernidad




















Ya tenía razón el viejo Baudelaire, cuando al lamentar el nuevo invento de la fotografía a finales de la tercera década del siglo xix, se fue lanza en ristre contra las nuevas hordas que, según él, inspiradas por el espíritu de Narciso habrían de inundar el mundo con imágenes a su imagen y semejanza.

Lo anterior viene a cuento porque desde hace ya varios años me han llamado la atención los cartoncillos y pequeños panfletos que adornan las paredes interiores de las cabinas telefónicas del centro de Londres, aquellos famosos cubículos pintados de un rojo encendido.

Las postales sexuales, modernas y novedosas cartes de visite, están diseñadas para despertar en el visitante un amplio repertorio de pensamientos que, partiendo de la curiosidad transitan por el morbo y hasta pudieran desembocar en un cierto pudor ruborizante. Las combinaciones pueden ser múltiples.

Siempre queda flotando en mi mente la nunca bien recompensada ilusión de ver en ellas a alguien conocido. Me imagino escuchando la voz al otro lado de la línea y soltando de entrada la frase, “Hola, he visto tu foto en una cabina del centro…”

Las fotos insinuantes, metódicas en su desparpajo, sugieren sin ambages un mercado que utiliza lo virtual -la imagen ilusoria, idealizante- para atrapar al cliente potencial en una transacción sexual sin tapujos.
En su mayoría hablan del placer puesto en venta con la facilidad que ofrece una simple llamada telefónica. La desnudez queda al descubierto y al alcance de los dedos que depositan una moneda de veinte céntimos en la ranura del aparato.

No se ha escatimado esfuerzo para atraer al visitante que entra a la cabina a llamar a la esposa, o al marido, que ha quedado en provincia esperando el regreso, una vez que la conferencia o diligencia en la capital hayan terminado: (“Good bye darling, tengo otra llamada importante por hacer…”).

Es interesante, de todas formas, la manera como se presentan los artículos de este comercio a los ojos de clientes potenciales. Casi todos, con contadas excepciones, han sido producidos de manera profesional con evidentes muestras de experiencia en el manejo de las herramientas del Photoshop, ese arte computarizado al servicio de las masas.
Arte común que trae a la memoria antiguos preceptos de expresión callejera, usado desde siempre en panfletos de protesta contra la represión oficial o los desmanes de antiguas o presentes aristocracias; caricaturas que ridiculizan y dan pie a la sorna popular desde las paredes donde han sido adheridos con pegante en mitad de la noche, llamando a la risa como injuria, alivio o desagravio.

Volviendo al viejo Baudelaire, poeta maldito por antonomasia, crítico por convicción y defensor acérrimo de la pintura, nunca pudo haber imaginado en el más lúcido de sus viajes de opio el alcance de su furioso dictum denostando de la aparición del nuevo invento:
“Es inútil y tedioso representar lo que ya existe, porque nada de lo que existe me es satisfactorio…Prefiero los monstruos de mi fantasía a aquello que es positivamente trivial…”

Más claro no canta un gallo.

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